Este
fin de semana me ocurrió algo inusual o quizás debo decir no
esperado.
Me
fui de tiendas para Plaza, en otras palabras me hice parte de la
sociedad de consumo en vísperas de Navidad. Ensimismada en mi lista
de compras y mirando góndolas de especiales buscando estirar el peso
y con esto lograr mi meta de bueno, bonito y barato, tropecé
literalmente con una gran amiga.
Que
sorpresa para ambas hacia casi 30 años que no nos veíamos. Ni
siquiera por Facebook como ahora usualmente sucede, mi amiga no es
"Facebukera",
de ese mal la que cojea soy yo. La ultima vez que nos vimos fue el
día de su boda, una boda espectacular en el campo, entre familiares
y amigos, medio barrio estuvo presente. En un momento pasaron cientos
de recuerdos por mi mente, de seguro le paso a ella igual. Luego del
consabido saludo, besos y abrazos, entendimos que nos bastaba, luego
de 30 años sin vernos merecíamos un buen rato para hablar de
nosotras y de aquellos que forman nuestro núcleo familiar.
Nos
invitamos a una tacita de cafe, unos muffins de zanahorias y buena
conversación. Mi amiga Claudia era una joven hermosa, brillaba el
día de su boda, estaba tan feliz. Ese día comenzó a lograr (eso
pensaba yo) un gran sueño, casarse con el hombre que amaba, formar
un hogar, tener hijos...todas esas cosas que la mayoría de la gente
sueña tener. Yo inicie la conversación, cosa rara en mi, por lo
general escucho, analizo y luego hablo, si el otro me deja. No es
falta de iniciativa si no la técnica perfecta para no meter las
patas, buen consejo de mi madre.
Le
conté que yo también me case, que tengo dos hermosos y maravillosos
hijos, en este punto no fui tímida, sino que hable con orgullo de mi
tesoro. Antes de que nos sirvieran aquel café con olor a mi Yauco
querido, con una flor uno y un corazón el otro flotando en la
superficie, arte del barista que nos atendió ya yo había terminado
de contarle varias hazañas de mis chicos, de mi trabajo carcelario y
de mi vida de casada, donde a veces uno es de Marte y el otro de
Venus pero caminando sin tregua, siempre de la mano.
Mi
amiga siempre se caracterizo por hablar mucho, sin embargo en esta
ocasión los roles estaban invertidos, yo era la habladora y ella el
oído atento a todo lo que yo le decía. En un punto del encuentro
percibí que estaba ausente y le pregunte si le pasaba algo. Me
contestó "no,
solo escuchaba tus relatos y disfrutaba de los mismos. De lejos se ve
lo feliz que has sido". Sonreímos
y continuó hablando.
Menciona que coincidimos en que ambas tuvimos dos hijos con una
pequeña diferencia, ella tuvo niñas, hoy ya mujeres hechas y
derechas, profesionales y a punto de casarse. Mencionó con
orgullo maternal, "salieron buenas, la pequeña se me casa. Por
eso estoy en Plaza buscando un traje adecuado para la boda".
Mientras compartía
los detalles de tan importante acontecimiento, la miraba y era como
si viera la jovencita de hace 30 años planificando su propia boda.
La
interrumpí para preguntarle por él, cosa de la cual ahora me
arrepiento. Respiró profundo, miró a la distancia, calló por
algunos segundos que me parecieron siglos para el fin decir "nada
resultó como esperaba". En este punto recordé el consejo de
mamá, "cuenta hasta diez antes de hablar y meter la pata".
Ya era tarde, tuve que enfrentar un momento fuerte pero quizás era
lo que ella necesitaba, un oído que la oyera, callara y no opinara.
De aquí en adelante no paró
de hablar, tanto que parecía que no respiraba. Catarsis seria la
palabra, desahogo tal vez, luego de vaciar su alma, llorar sin parar,
simplemente dijo "ya me siento mejor, me saque una carga del
alma, entendí en este ratito que debo decir basta ya".
Claudia
desinfló un globo que en vez de aire contenía dolor, frustración,
amargura, traición. Me contó la historia mas triste que he
escuchado en mucho tiempo y eso que trabajo con situaciones de dolor.
La pobre fue doblemente traicionada, doblemente engañada, su marido
no respeto el juramento que una vez delante de Dios le prometió y la
que pensó era una buena amiga con su marido se acostaba. Tragame
tierra en ese momento pensé, que le digo, como la puedo ayudar. Solo
la abrase y la deje llorar...
Otro
día quizás me anime a contarle la historia completa que mi amiga
Claudia se atrevió a compartir conmigo.
*Entre
nombres ficticios, verdades y algunos datos fantasiosos comparto con
ustedes una historia que me impacto por fea y por injusta. Juzguen
ustedes.
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